Regreso a la laguna sin salir de casa
(cuando el imperialismo sonoro no me lo impide)
Lucía Chamorro
¿Cuáles son los sonidos característicos del lugar en el que vives? ¿Hay algún sonido que se destaque del resto? ¿Alguno que te guste más? ¿Alguno que no te guste? ¿Sonidos que hayan desaparecido?

Estas preguntas las realizamos en 2013 a algunos habitantes de la Laguna de Rocha en Uruguay, en el marco de un proyecto de investigación sobre paisaje sonoro que llevamos adelante Lucía Campugiani y yo a la vez que cursábamos la carrera de composición en la universidad. Nos motivaba la preocupación por la contaminación sonora y sus consecuencias para la salud y para el ecosistema, y la búsqueda por reivindicar el sonido en un contexto en el que las principales experiencias sensoriales tienen que ver con el sentido de la vista.

El concepto “Paisaje Sonoro” (Soundscape) hace referencia a todos los sonidos que forman parte de un entorno, con énfasis en cómo son percibidos por los seres humanos.

La Laguna de Rocha es un área protegida con gran diversidad de flora y fauna, en la que viven pequeñas comunidades de humanos en su mayoría jubilados y personas vinculadas a la pesca. En el verano y en épocas de vacaciones hay un gran movimiento de turistas. Trabajamos con tres comunidades de la zona: La Riviera, El Puerto de los Botes y La Barra.
Las preguntas que realizamos a los habitantes nos permitieron caracterizar el paisaje sonoro del lugar y establecer un diálogo y una reflexión sobre el mismo.

Había que insistir un poco. En muchos casos, cuando preguntábamos acerca de los sonidos característicos nos respondían cosas como “Lo de siempre, lo normal, esos que se escuchan ahora. Los pájaros, el agua”.

Pero mientras avanzaba la conversación surgían descripciones más detalladas, distintos nombres de aves (horneros, benteveos, maragullones, garzas, siete vestidos, chajás, gallinetas, carau, teros, gaviotas, pecho amarillos), relatos acompañados de dibujos de mapas sonoros de la laguna, en los que se ubicaban diferentes sonidos (los cantos de los pecho amarillo que en el verano, al atardecer, se reúnen en determinado árbol; aquel recoveco de la laguna en el que el sonido del agua es más calmo que en aquel otro, las ranas que se escuchan por la noche detrás de donde se limpia el pescado; las gaviotas, ubicadas en la zona del mar), recuerdos de sonoridades que ya no existen como el del canto de la corvinas negras (peces) que, según los testimonios de varios pescadores, se podían escuchar desde muy lejos treinta años atrás, “sonando como tambores”. Dicen que ya no se escuchan porque no hay tantas como antes a causa del aumento de la actividad pesquera industrial. Era interesante cómo los pescadores utilizaban distintas onomatopeyas para representar el “tamborileo” de las corvinas. Y no creo que sea casualidad hacer referencias a tambores cuando existe una tradición muy extendida y característica del uso de estos instrumentos en ciertas manifestaciones de la música popular uruguaya como es el candombe.

A través de las conversaciones con la gente fuimos descubriendo un imaginario sonoro común creado a partir de experiencias, recuerdos y tradición oral. Se trata de un patrimonio cultural que, en el caso de la comunidad de los pescadores, está directamente relacionado con su actividad laboral. Cuando los pescadores dibujaban sus mapas sonoros hacían líneas muy finas, recovecos, rincones, cada límite de la laguna lo dibujaban muy detallado. Se salían de la hoja, porque no les alcanzaba el espacio y nos iban relatando qué sonido se escuchaba en dónde y cómo eso les servía para ubicarse en días de niebla en los que el horizonte visual era acotado. El grito de los chajás, unas aves grandes características de la zona, les alertaban de peligros como el de los cazadores furtivos. El sonido del mar muy agitado era señal de que no era un buen día para salir a pescar a causa del viento. Solían despertarse para salir a trabajar con el canto de los pájaros.

Cuando hablábamos sobre los sonidos desaparecidos y los sonidos que no gustan surgió el tema del deterioro del ecosistema debido al cambio en las técnicas de pesca de los últimos años, con la incorporación de motores en los botes. También nos hablaron sobre la incidencia de la apertura artificial de la barra (donde se une la laguna con el océano Atlántico) que se realiza periódicamente para evitar inundaciones pero que cambia las características del agua e influye en el ingreso de ciertas especies de peces a la laguna modificando la actividad pesquera. Conversamos también sobre la preocupación por la caza furtiva, la desconsideración por parte de algunos pescadores por utilizar más trampas de camarones que las reglamentarias y los ruidos molestos de los vehículos y sus radios a todo volumen que perturban la tranquilidad en las épocas de turismo.

Cuando preguntamos acerca de los sonidos que más gustaban, “el sonido del silencio” era una de las respuestas más populares en la comunidad de La Riviera. Y cuando indagábamos acerca de cuál era ese sonido del silencio nos hablaban de la tranquilidad, los pájaros y la ausencia de ruidos molestos.

Además de las entrevistas realizamos un archivo con registros sonoros del lugar, para ser comparado y contrastado con los testimonios y para que pueda ser consultado a futuro. También tuvimos sesiones de intercambio con los entrevistados en una segunda instancia en las que les mostramos grabaciones del lugar y les hicimos preguntas acerca de lo que escuchaban para reflexionar en conjunto sobre su vínculo con los sonidos que los rodean. El compartir los sonidos cotidianos descontextualizados por medio de auriculares derivó en una escucha activa, atenta y curiosa, en la que los oyentes especulaban sobre los sonidos, lugares y momentos en los que habían sido realizadas las grabaciones.

Fueron experiencias muy interesantes que nos llevaron a la conclusión de que el sonido de un lugar puede brindar mucha información sobre la forma de vida, los vínculos, las actividades que allí se realizan, los cambios históricos, el impacto que puede tener el sonido sobre la salud, el ecosistema y la experiencia de visitar o habitar espacios. Por ejemplo, a partir de los testimonios y las grabaciones realizadas, hicimos un listado de aves con una cantidad de especies muy superior al que hubiéramos hecho si nos basábamos solo en nuestro sentido de la vista.

En este caso se trataba de un lugar bastante tranquilo, con poca densidad de población, con un horizonte sonoro amplio que permitía escuchar y distinguir sonidos tanto próximos como lejanos. Este tipo de entorno sonoro se opone al de las grandes ciudades característicos por la superposición de sonidos, el enmascaramiento (sonidos que se tapan unos a otros), la falta de información y el horizonte acústico reducido. El problema con estos entornos es que han ido perdiendo su identidad. Si nos basamos sólo en el sonido, puede ser difícil darse cuenta si nos encontramos en una calle concurrida de Montevideo, de Madrid o de Buenos Aires. Probablemente el sonido característico sea el del tránsito. Si hay aves seguramente no se escuchen, porque estarán enmascaradas por el sonido de los motores. Lo mismo con las voces.

Todo esto afecta a las comunicaciones entre humanos y entre las distintas especies de animales, que en muchos casos dependen del sonido para su comunicación, su reproducción y su supervivencia.

En cuanto a salud humana, hay estudios que han comprobado las consecuencias negativas de exponerse a cierto tipo de sonidos, sobre todo aquellos que sobrepasan determinado número de decibeles. La contaminación sonora de las ciudades, caracterizada por el sonido del tránsito, las bocinas y las alarmas puede traer como consecuencia enfermedades cardiovasculares, problemas psicológicos, problemas para el sistema auditivo, entre otros.

A partir de estas problemáticas urge tomar conciencia de los sonidos que nos rodean, de la importancia que tienen en la vida humana y en la de las demás especies, y de la responsabilidad y la incidencia que tenemos los seres humanos en la conformación de esta gran composición que es el paisaje sonoro mundial.

El sonido puede ser diseñado al igual que lo son los edificios, las ciudades, la vestimenta, los objetos, etc. Pero la planificación urbana parece responder más a condicionantes comerciales y de consumo, priorizando la circulación de automóviles frente al encuentro cara a cara entre humanos. Y esto da como resultado un entorno sonoro desfavorable para el encuentro, la escucha, el intercambio, la comunicación y el querer estar y habitar los espacios.

Desde la ecología acústica se propone revalorizar el sonido, desarrollar una escucha atenta y crítica y trabajarla en el ámbito de la educación desde edades tempranas, pero no solamente a través de la formación musical tradicional occidental en la que se prioriza el solfeo, el ritmo, la armonía y el contrapunto, sino principalmente prestando atención a los sonidos cotidianos, a los sonidos producidos por nosotrxs y fomentando la posibilidad de imaginar y diseñar el mundo sonoro en el que nos gustaría vivir, que permitan una relación saludable entre la gente y la ciudad y teniendo en cuenta también las necesidades y expresiones sonoras de las demás especies con las que compartimos el mundo.

En ese sentido considero muy enriquecedoras las prácticas artísticas que promueven la posibilidad de crear e imaginar nuevos sonidos, la composición experimental, la improvisación libre, el trabajo con el ruido, con los sonidos del entorno, la búsqueda de nuevos sonidos mediante el uso de técnicas extendidas en instrumentos, las instalaciones sonoras, las experiencias inmersivas, interactivas, el uso de la tecnología, el trabajo con sonido en combinación con otras disciplinas ya sean del ámbito del arte o de las ciencias y el registro de los sonidos a modo de documentación, periodismo sonoro y conservación del patrimonio. Se trata de aprender a escuchar, a trabajar de forma consciente con el sonido, de proponer nuevas formas de escucha y de cuestionar las prácticas sonoras existentes.

No quiero ir por la calle escuchando música con auriculares para bloquear los ruidos molestos porque cuando lo hago voy totalmente desconectada del entorno, distraída y tengo que poner el volumen demasiado alto para poder enterarme de lo que suena, lo cual es muy nocivo para el sistema auditivo. No quiero tener que poner doble ventana en casa para protegerme del ambiente sonoro hostil que hay afuera. No quiero enmascarar la voz de mis pensamientos con música. No quiero que la función que cumple la música sea la de sonar de fondo mientras navego por Instagram. No quiero que durante la cuarentena del covid19 el ayuntamiento del pueblo de Extremadura en el que me encuentro confinada, ponga un altavoz a todo volumen durante una o dos horas, a partir de las ocho de la noche, con pésima calidad de sonido, utilizando un micrófono para transmitir dedicatorias y palabras de aliento y pasando canciones como “Resistiré”, el “Qué los cumplas feliz”, “Fiesta Pagana”, entre otros. Porque me parece violento, interrumpe mis reflexiones, mi tranquilidad y no tengo forma de evitarlo, no tengo adónde escapar. Los ojos se cierran, los oídos no. Se trata de una situación de imperialismo sonoro. Sé que es con buenas intenciones y que hay gente que está pasando por cosas mucho peores, pero no puedo evitar hacer esta reflexión sobre esta actitud de imposición, que evidencia la falta de conciencia sonora y de consideración que tienen algunas personas.

Este hecho me recuerda a la experiencia que relata Ivan Illich en su texto “El silencio es un bien comunal” de cuando arribó a la isla donde vivía su abuelo en 1926, a la vez que llegaba el primer altavoz: “Hasta aquel día, hombres y mujeres hablaban con voces más o menos igualmente potentes. Todo eso cambiaría. El acceso al micrófono determinaría qué voces serían las que se amplificarían. El silencio dejó de ser un bien común; se tornó un recurso por el que habrían de competir los altavoces”.

En este sentido me interesan mucho las manifestaciones sonoras colectivas y el potencial de la sincronización en contextos de lucha y reivindicación como los del 8M, las marchas por la liberación animal, etc. Podemos utilizar el recurso de sincronizar nuestras voces de forma colaborativa para amplificarnos y apoyarnos.

Dentro de todo, en estos tiempos de confinamiento, exceptuando los altavoces del ayuntamiento, el entorno sonoro está tranquilo. Es hi-fi. Con la llegada de la primavera el sonido de las golondrinas está muy presente. También se escucha el zumbido de las abejas, que han hecho un panal en la pared de piedra de la iglesia de enfrente. Suenan las campanas, distintos tipos de voces humanas, la guitarra de cuatro cuerdas oxidadas, ronroneos de gatos, los utensilios de la cocina, las conversaciones por videollamadas, las noticias en la radio, los murciélagos y el agua de la fuente de la plaza. Autos se escuchan muy pocos. Ya hemos pasado aquí dos lunas llenas, durante las cuales los ladridos y aullidos de los perros han tenido mucha más presencia que los demás días.



Mayo 2020
En tiempos de confinamiento participé de una residencia artística virtual - CONFINI/LÍMITES 2020 - Associazione Ottovolante

REFLEXIONES . voz hablada . voz cantada . voz recitada . voz como instrumento . ¿cuáles son los limites? . ¿la intención importa? . ¿si la voz se convierte en instrumento, es canto? . ¿puede la voz hablada convertirse en algo "musical" si desconozco el significado de las palabras, si no entiendo lo que se dice? . lenguas desconocidas se vuelven música . relación entre la forma de hablar de las personas y su entorno . el canto de las aves . retratos sonoros . diferentes formas de escucha

La virtualidad . las pantallas . la productividad . ¿hay que hacer más? . necesidad de aire, sol y contacto con la gente .

Pendiente: piezas sonoras para voces con intérpretes que hablen distintos idiomas. Performático. ¿Versión virtual? Robots.
wuwuwuwuwuw
bitacóra de pandemia
PROCESOS SUR 2020

Registros sonoros de un día de picnic de octubre de 2020, en el que se decreta estado de alerta en Madrid.

Voces: Carmen Echeverría, Lucía Chamorro Cortalezzi, María Jesús Villanueva, Marina Vera, Natividad Martín, Paula Sandoval, Paz Carrero Amor, Sandra Soriano Marco, Yoo Jin Kim.

La pieza fue seleccionada para integrar el programa del Festival Internacional de Arte Sonoro MONTEAUDIO 2020, realizado en formato radial, con el apoyo de UniRadio

Escuchar:
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DE TFM
Colectivo Malujas - Maite, Julieta y Lucía
Canciones - registro: julio 2019, Montevideo, Uy
Colectivo Malujas - Maite, Julieta y Lucía
Qué los cumplas feliz

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6 de marzo 2021: primer día con un saxo
Jaime y Jorge me prestaron
un saxo por unos días!
A ver qué sale :)
BITÁCORA
2019-2021
Rastros de laguna
Los Bronstein
Collage sonoro
Cuadernito de instrucciones
Ritual ochenta
Performance con Sandra
DE PICNIC
Mito - Colectivo Modd - Sandra y Lu - Tejidos sonoros
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(Proyecto audiovisual que hicimos para el taller de arte digital)
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ruido libre y partituras abiertas